(Camino interior, de Francisco Fresno)
CAMINAR
Coinciden desde hace tiempo en las librerías varios libros y reediciones de otros ya antiguos con una temática común: la relación entre caminar y pensar, entre pasear y reflexionar, ya sea libre o voluntariamente. El arte de pasear, Andar y pensar, El caminante, Elogio del caminar, son algunos de esos títulos que se refieren de modo explícito a una actividad que siempre ha formado parte de nuestras vidas pero en la que pocas veces pensamos como algo más que un ejercicio físico. Ya el profesor García Gual prestó atención hace tiempo en el suplemento literario de este periódico a esa moda editorial y ahora vuelve a hacer lo propio una revista digital, Altaïr, denotando que aquélla no solo no mengua, sino que aumenta, como vienen a denotar nuevos títulos.
Ya el alemán Walter Benjamin inmortalizó la figura del flâneur baudeleriano, contrapunto urbano y moderno al excursionista o el caminante clásicos, propios del campo o de los espacios abiertos, que estaría más cerca de la figura del paseante tradicional, pero con un punto de distraimiento que le hace más novedoso. Caminar, en el contexto del mundo contemporáneo, podría suponer, al decir del francés David Le Breton, una forma de nostalgia o de resistencia, puesto que no deja de ser una pérdida de tiempo. Y perder el tiempo es un gran pecado, o cuando menos una equivocación, en esta sociedad de urgencias y de “disponibilidad absoluta para el trabajo o para los demás (convertida, con la aparición del teléfono móvil, en una caricatura)”.
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…

¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
-la tarde cayendo está-.
“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
“ya no siento el corazón”.
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.