La profesora María Belmonte acaba de publicar en Acantilado su primer libro de título sugestivo: ‘Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia’. Aunque necesita matizaciones y quizá haber diferenciado caminos cercanos pero diversos, he disfrutado mucho este libro, incluso en los capítulos de autores que me son conocidos, o a los que traté (Von Gloeden) en mi libro ‘Héroes, atletas, amantes’.
Parte Belmonte de la gran pasión esteticista y homoerótica de Winckelmann -a fines del XVIII- por Italia y Grecia, pasión que siguió Goethe: «¿Conoces el país donde florece el limonero?». Una Italia y una Grecia aún en parte primitivas y apenas industrializadas (el paraíso duró más, por tanto, en Grecia que en Italia) atraen a los estetas enamorados de la belleza del arte clásico, unido a ese paisaje del sur, y también a los añorantes del eros socrático. Naturalmente ese camino da para mucho más que Winckelmann y Von Gloeden, pero la autora prefiere diversificar la senda. Pues el sur mediterráneo como cuna de civilización pero paisaje idílico, donde es posible aún una vida natural y panteísta en contacto con lo no contaminado por la era industrial, es lo que lleva a Sicilia a D. H. Lawrence, «el adorador del sol». O a Grecia a alguien tan poco clásico, en el sentido de esos estudios, como Henry Miller, cuyo ‘Coloso de Marusi’ es sin embargo un hito en el enamoramiento de la Grecia primordial.
A Lawrence Durrell lo conocemos por su ‘Cuarteto de Alejandría’, quizás una de las grandes novelas de la segunda mitad del XX, mejor que por los tres libros que escribió sobre su vida en tres islas griegas, desde el Corfú de ‘Una Venus marina’ al Chipre -en el inicio de un serio conflicto- de ‘Limones amargos’. Larry Durrell se fue de Chipre en 1957 y nunca volvió a vivir en ninguna isla griega, aunque conservara aquel sueño de belleza esencial y libertad primigenia…
Acaso sorprendan más al lector autores menos conocidos como el británico Patrick Leigh Fermor, quizás uno de los maestros de Bruce Chatwin y tan cercano a esa Grecia de paisajes y mundo solar, la cultura era un telón de fondo. O el aún menos conocido Kevin Andrews (1924-1989), el norteamericano que se hizo griego (amó el sello de Bizancio), escribió un bello libro, ‘El vuelo de Ícaro’, y llegó a afirmar: «Llegué a tiempo a Grecia para conocer una forma de vida antigua e íntima». Pero como nos termina asegurando Belmonte: «Para él -al fin- Grecia era ya un dios muerto, una pasión extinguida«.
María Belmonte Barrenechea nació en Bilbao. Es licenciada en Historia y Antropología y doctora en Antropología por la Universidad del País Vasco. En la actualidad ejerce de traductora e intérprete y vive cerca del Mediterráneo. Peregrinos de la belleza es su primer libro.